lunes, 12 de septiembre de 2022

Música después de la música.

 “Somos criaturas musicales de forma innata, desde lo más profundo de nuestra naturaleza.”

-Stefan Koelsch-

 

¿Es la música un invento del hombre o un descubrimiento? ¿Hay algo anterior y superior a nosotros en la música? ¿Trasciende del mundo de lo sensible?

Estas preguntas pueden parecer algo extrañas, aparatosas, hasta trascendentes, y yo que nunca he sido una persona dada al sentimiento religioso ni excesivamente espiritual, y no tengo fe en lo mágico o trascendente, llevo una temporada dándole vueltas a éstas y algunas semejantes, porque me va inundando la certeza de que la música, que forma parte tan importante de nuestra cultura, de nuestro bienestar y nuestros estados de ánimo, tiene una identidad propia, se da en la naturaleza, de manera independiente y hasta ajena, a la creación artística del hombre.

Intuyo muchas pistas, que me llevan a esta percepción del “hecho musical”. Aunque es innegable, que la música, en la forma que nos es familiar, responde a una creación consciente del hombre, que obedece a estudio de los sonidos en el tiempo (melodía) y en el espacio (armonía), a lo que hay que añadir el ritmo. Pero estos tres elementos aparecen en la naturaleza, a veces de forma aislada y a veces conjunta. Ya Pitágoras, nos explica la relación de la matemática con los intervalos naturales, la relación aritmética que hay entre las longitudes y tonos emitidos por la cuerda pulsada del monocordio, instrumento de una sola cuerda en el que realizaba sus investigaciones musicales.  Es innegable que esa relación de los armónicos de un sonido está ya en la naturaleza, y que estructura la construcción de la música.

Me inclino a pensar que las primeras expresiones musicales de la humanidad tienen poco que ver con lo que más tarde será el hecho cultural en sí. La teoría de la “musicalidad como forma de comunicación prelingüística”  de Steven Mithen aventura la posibilidad nada remota, de que la música era un recurso habitual de comunicación entre los Neardenthal, siendo tan importante o incluso más y anterior al lenguaje articulado.

Aún hoy en día en la ribera del río Amazonas se encuentra un pueblo de apenas 150 habitantes, llamado Pirahá. El idioma de esta tribu tiene unas características que lo hacen muy peculiar, como ser uno de los más simples que se conocen, contar con apenas 10 fonemas o carecer de tiempo pasado. Pero lo que más me llama la atención es que la articulación de esta lengua, es tanto hablada como cantada o silbada.

Los pigmeos tienen una lengua en la que los chasquidos forman parte de su articulación, sonidos que en principio nada tienen que ver con el lenguaje articulado tal y como lo entendemos, además de contar con un conocimiento muy particular de la polifonía, equivalente a la que se practicaba en Europa en el siglo XVII.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel desarrolla un sistema filosófico en el que las artes en general y la música en particular, tienen una posición privilegiada. Para Hegel la música ejerce de intermediario entre lo absoluto o esencial y lo temporal. Y es en esa mediación donde el espíritu humano encuentra su verdadera esencia. Precisamente por la ausencia de “semanticidad” del lenguaje musical, es por lo que la música puede acercarnos al espíritu, la idea de las cosas materiales.

Me llama mucho la atención, no sólo de forma personal, sino intentando objetivarlo, el tremendo poder evocativo que tiene la música. Un lenguaje que llega más allá de donde llega cualquier descripción, o cualquier imagen. Una vibración que lleva directamente al sentimiento más íntimo, que nos sobrecoge, o nos transporta a otro tiempo y otro lugar. No se me ocurre ninguna época en la que la música no haya acompañado al hombre, en su alegría y su tristeza, en su nacimiento, en su plenitud y en su muerte. Y curiosamente, todas esas emociones son causadas por músicas similares en culturas diferentes, aún sin haberla escuchado previamente.

Creo que durante el devenir de la historia musical, los distintos estilos y las diferentes sonoridades, no son sino un intento de la humanidad por alcanzar esa armonía primigenia que seguimos sin desvelar en su totalidad. Humanidad que “encuentra” la música en su entorno, y la doma para su uso.

¿Cómo podríamos explicar que, sin ser un recurso estrictamente necesario para la supervivencia, la música provoque en nuestro cerebro reacciones tan profundas como las producidas por determinadas sustancias, por el deseo sexual, o por instintos básicos, como la alimentación? ¿Que los patrones de ritmo y melodía aparezcan en los del lenguaje?, como señala José Fco Zamorano Abramson, en su artículo “La Música, ¿evolución del lenguaje de las emociones? No cabe duda de que la música aun no siendo imprescindible para nuestra supervivencia, proporciona un placer tan intenso, que influye directamente en nuestro comportamiento, tanto individual como social.

Sospecho que algo primordial se esconde en la relación de los sonidos, y es quizá por lo que éstos en la naturaleza; el canto de los pájaros, los sonidos de un bosque, el ulular del viento, los distintos rugidos de animales y hasta el latido de los corazones, son como pequeñas piezas con la que se construirá el arte musical. No es que el arte imite la naturaleza, es que el arte está en la naturaleza.

 

Os pido perdón por divagar de esta forma. Quizás es por la avanzada hora de la madrugada, o porque está sonando “Queda la Música” de Luis Eduardo Aute:

 

“Miro el instante que ha fijado
la fotografía,
ríes con la timidez de quien
le avergüenza la risa.
Quince años que sujeto entre mis brazos
al compás del último disco robado.
Nada queda en ese trozo de papel,
todo es alquimia;
veo que es la prueba más veraz
de que todo es mentira.
Esos rostros ya no llevan nuestros nombres,
son dos máscaras perdidas en la noche,
pero, queda la música...”

 

Si pudierais escuchar la melodía que acompaña estas palabras, quizá podríais evocar vuestros más tiernos recuerdos, del amor, de la amistad o de la infancia. Probad ahora a poneros aquella canción y viajaréis a lugares desconocidos, a tiempos olvidados. Donde sólo la música puede llevarnos.

 

© Enrique R. del Portal 2013-2022


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