“A veces nos ilusiona un reencuentro. Nos acercamos por las verdes esquinas que solíamos. Procuramos mirar de igual modo, caminar de igual modo, sentir lo mismo. Inútil: ya no somos los que éramos. O, lo que es peor cada uno ha leído el común pasado de una forma distinta; es decir ya ni siquiera fuimos lo que fuimos. Hermético, el pasado nos rechaza: no tuvimos en él qué compartir; no hay reencuentro. Y cada cual se lleva lo que aportó, aunque no como lo aportó, sino gastado y desteñido, lo mismo que un regalo que alguien no aceptara y la lluvia y el tiempo ajaron luego”
La Regla de
Tres –Antonio
Gala-
Reconozco mi
desconfianza en los revivals. Tiene parte de encanto, y mucho de morbo,
revisitar lo que ya viviste o disfrutaste, pero creo que se esconde una oscura
dolencia de nuestro espíritu, una irresistible tendencia a no cortar ligaduras
con el pasado. Y mira que soy de los que se regodea a menudo en la nostalgia, pero
analizándolo con frialdad, no me fío de
mí mismo cuando buceo en esos sentimientos, cuando me pierdo en lo que fue o en
lo que pudo ser.
Así me sucede,
que cuando se puso de moda hace ya algunos años, todo lo relacionado con los
ochenta, disfruté de lo lindo reconociéndome en las canciones que volvían a
sonar, en aquellos maquillajes pretendidamente provocadores, en aquellos peinados de colores, en las
crestas, y en las camisas cruzadas. Reconozco que lo eché de menos otra vez;
curiosa sensación, como de volver a perder lo perdido, pero la alerta volvió a
saltar, y de nuevo desconfiaba de mis gustos.
Pero hay que
entender que es lógico el apego que tenemos a la época en la que descubrimos la
vida que nos rodeaba. En mi caso, como os digo, fue la década de los ochenta en
Madrid. Mitificada hasta el extremo, manida y manipulada. Denostada por unos y amplificada
por otros. Para mí, he de reconocer y confesar que fue mi década prodigiosa. No
sé si mejor o peor que otras; quizá la Movida Madrileña fue una chispa
que duró un instante, un fulgor
momentáneo de cuyo resplandor vivieron muchos vivillos. Quizá sea así, pero yo
estuve allí con 17 años, descubrí las noches, la música, el sexo, el amor, la
ilusión mezclada con angustia de recibir la citación que me llevaba a filas, la
amistad, la esperanza, la frustración…
Mis primeros
conciertos, que creo recordar que fueron de Glutamato Ye-Ye, Los
Elegantes, Alarma!!!, Franco Battiato, o de Radio Futura, o quizá de
The Police. O aquel de la Banda Municipal, en la plaza de Chamberí dirigido
por Pablo Sorozábal. La primera vez
que vi una representación de Luces de
Bohemia, de
Valle Inclán, Historia de una Escalera, de Buero Vallejo. La Fille du Régiment, de G. Donizetti, o Isabel Reina de Corazones, de López Aranda. Las tardes de doble
sesión en los cines del barrio, las películas de George Lucas y Steven
Spielberg. Aquella sensación al salir del Cine Avenida de ver Blade Runner, de Ridley Scott, y mirar a mis amigos Michel y Antonio sin
saber qué decir, enmudecidos de la emoción. Fueron por aquel entonces mis
primeros escarceos con aquella inafinable guitarra Bellwood, espantosa imitación de una Fender Telecaster. Las primeras canciones que me atreví
a bosquejar, la primera vez que toqué en directo, con el grupo Línea 5, junto a Marcos al bajo y Jesús
a la batería, en aquel Festival de la Canción Blanca de San Sebastián Mártir en
el que nos descalificaron por poco píos. La primera vez también que subí a un escenario
a cantar zarzuela. Los primeros libros que leí y comenzaron a dejar poso, y que
me llevaron a unos que a su vez me condujeron a otros, también los leí en aquellos días. Cómo
olvidar El Centauro en el Jardín de Moacyr Scliar, El Hobbit, de
J.R.R. Tolkien, La Verdadera
Historia del Hombre Elefante, Joseph Merrick, de Michael Howell y Peter Ford, Memorias de
Adriano de
Marguerite Yourcenar, Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, It, de
Stephen King, Fundación, de Isaac Asimov, Más Allá del Bien y del Mal, de Sewel Stokes, o los
versos de Neruda y de Mallarmé que le leía a Nieves Mora Ariza mientras
me robaba el corazón entre las columnas del claustro del instituto San Isidro, y tantos, tantos otros. Todo
empezaba entonces, no debéis extrañaros de que me esté pudiendo la lágrima
del recuerdo al gesto adusto de la prudencia.
En la película
de 1993 Una Historia
del Bronx, dirigida por Robert de Niro, con guión de Chazz
Palminteri, el personaje de éste último, el gánster Sonny, le dice a su
protegido Calogero:
“En la vida de
un hombre hay tres grandes amores, y aparecen cada diez años aproximadamente.
Yo tuve los tres en el mismo año”.
Yo siento algo
parecido con esta década. Es como si todo hubiera sucedido entonces, como si
crecer y seguir con la vida, hubiera supuesto una repetición y no un nuevo
descubrimiento. Como si al empezar a vivir, hubiera dejado de vivir. Que al recorrer los lugares (los que quedan en
pié) que frecuentaba entonces, es ahora cuando parecen recuerdos, sombras en
blanco y negro, y la imagen de entonces fuese la verdadera. Dice mi amigo el
tenor Mario Rodrigo, que lamenta enormemente
no poder ver una película que le haya gustado, de nuevo por primera vez. Brillante.
Y creo que eso es lo que me sucede con toda la vida en general. Quizá debamos
acostumbrarnos a perder esa sensación de que las cosas están descubriéndose, y
disfrutar de lo que ya conocemos. Y posiblemente por eso no dejo de desconfiar
de ese sentimiento por mucho que me inunde de agridulce ternura, y me haga cerrar
los ojos y sonreír, recordando aquella chaqueta de la que presumía y que hoy no
me atrevería a llevar (tampoco me valdría).
Dudo de la sana
intención de todos los grupos que han vuelto a reunirse para desgranar sus
éxitos de entonces. Entiendo que tienen que llenar la nevera, y que lo tienen
fácil, con todos nosotros, los que
recordamos aquellos días, aquellas canciones en El Penta, en La Vía Láctea, en El
Sol, en La Bobia, en El Kway, en Cayetano, en La Trainera,
en Universal o en Rockola. Pero no se puede volver atrás,
nada tiene el mismo sonido, ni el mismo color.
Dos años antes de fallecer Antonio Vega, su grupo Nacha
Pop iniciaba una gira, en la que grabaron un CD en directo y un DVD de su
concierto en Madrid. Tanto la gira como la grabación del concierto tenían el
título de Reiniciando
80-08, en clara alusión a aquel mítico Nacha Pop 80-88 grabado en directo en la sala Jácara,
y haciendo patente una declaración de principios. Pero por mucho que quisieran
reinventarse, no hacían sino revivir aquel pasado glorioso al que pertenecían,
y no dejaba de ser como pintar un cuadro ya expuesto.
Ahora que
afronto la vida con algo de experiencia, y que me involucro en nuevos proyectos
deseando que me provoquen una sensación parecida o, al menos, tan intensa como
aquellas propias de la bisoñez, me gustaría guardar algo de equilibrio entre mi
natural cariño a las imágenes del pasado, y la certera sospecha de que sólo
mirando hacia delante podré disfrutar de nuevos descubrimientos. Prefiero no
cometer el error de Nacha Pop y grabar de nuevo el mismo disco que, a pesar de
todo, por supuesto compré.
© Enrique R.
del Portal, 2013-2022
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