jueves, 28 de julio de 2022

Década prodigiosa

“A veces nos ilusiona un reencuentro. Nos acercamos por las verdes esquinas que solíamos. Procuramos mirar de igual modo, caminar de igual modo, sentir lo mismo. Inútil: ya no somos los que éramos. O, lo que es peor cada uno ha leído el común pasado de una forma distinta; es decir ya ni siquiera fuimos lo que fuimos. Hermético, el pasado nos rechaza: no tuvimos en él qué compartir; no hay reencuentro. Y cada cual se lleva lo que aportó, aunque no como lo aportó, sino gastado y desteñido, lo mismo que un regalo que alguien no aceptara y la lluvia y el tiempo ajaron luego”

La Regla de Tres  –Antonio Gala-

 

Reconozco mi desconfianza en los revivals. Tiene parte de encanto, y mucho de morbo, revisitar lo que ya viviste o disfrutaste, pero creo que se esconde una oscura dolencia de nuestro espíritu, una irresistible tendencia a no cortar ligaduras con el pasado. Y mira que soy de los que se regodea a menudo en la nostalgia, pero analizándolo con frialdad,  no me fío de mí mismo cuando buceo en esos sentimientos, cuando me pierdo en lo que fue o en lo que pudo ser.

Así me sucede, que cuando se puso de moda hace ya algunos años, todo lo relacionado con los ochenta, disfruté de lo lindo reconociéndome en las canciones que volvían a sonar, en aquellos maquillajes pretendidamente provocadores,  en aquellos peinados de colores, en las crestas, y en las camisas cruzadas. Reconozco que lo eché de menos otra vez; curiosa sensación, como de volver a perder lo perdido, pero la alerta volvió a saltar, y de nuevo desconfiaba de mis gustos.

Pero hay que entender que es lógico el apego que tenemos a la época en la que descubrimos la vida que nos rodeaba. En mi caso, como os digo, fue la década de los ochenta en Madrid. Mitificada hasta el extremo, manida y manipulada. Denostada por unos y amplificada por otros. Para mí, he de reconocer y confesar que fue mi década prodigiosa. No sé si mejor o peor que otras; quizá la Movida Madrileña fue una chispa que duró un instante,  un fulgor momentáneo de cuyo resplandor vivieron muchos vivillos. Quizá sea así, pero yo estuve allí con 17 años, descubrí las noches, la música, el sexo, el amor, la ilusión mezclada con angustia de recibir la citación que me llevaba a filas, la amistad, la esperanza, la frustración…

Mis primeros conciertos, que creo recordar que fueron de Glutamato Ye-Ye, Los Elegantes, Alarma!!!, Franco Battiato, o de Radio Futura, o quizá de The Police. O aquel de la Banda Municipal, en la plaza de Chamberí dirigido por Pablo Sorozábal. La primera vez que vi una representación de Luces de Bohemia, de Valle Inclán,  Historia de una Escalera, de Buero Vallejo. La Fille du Régiment, de G. Donizetti,   o  Isabel Reina de Corazones, de López Aranda. Las tardes de doble sesión en los cines del barrio, las películas de George Lucas y Steven Spielberg. Aquella sensación al salir del Cine Avenida de ver Blade Runner, de Ridley Scott,  y mirar a mis amigos Michel y Antonio sin saber qué decir, enmudecidos de la emoción. Fueron por aquel entonces mis primeros escarceos con aquella inafinable guitarra Bellwood, espantosa imitación de una Fender Telecaster. Las primeras canciones que me atreví a bosquejar, la primera vez que toqué en directo, con el grupo Línea 5, junto a Marcos al bajo y Jesús a la batería, en aquel Festival de la Canción Blanca de San Sebastián Mártir en el que nos descalificaron por poco píos.  La primera vez también que subí a un escenario a cantar zarzuela. Los primeros libros que leí y comenzaron a dejar poso, y que me llevaron a unos que a su vez me condujeron a  otros, también los leí en aquellos días. Cómo olvidar  El Centauro en el Jardín de Moacyr Scliar, El Hobbit, de J.R.R. Tolkien, La Verdadera Historia del Hombre Elefante, Joseph Merrick, de  Michael Howell y Peter Ford, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez,  It, de Stephen King, Fundación, de Isaac Asimov, Más Allá del Bien y del Mal, de Sewel Stokes, o los versos de Neruda y de Mallarmé que le leía a Nieves Mora Ariza mientras me robaba el corazón entre las columnas del claustro del instituto San Isidro, y tantos, tantos otros. Todo empezaba entonces, no debéis extrañaros de que me esté pudiendo la lágrima del  recuerdo al gesto adusto de la  prudencia.

En la película de 1993 Una Historia del Bronx, dirigida por Robert de Niro, con guión de Chazz Palminteri, el personaje de éste último, el gánster Sonny, le dice a su protegido Calogero:

“En la vida de un hombre hay tres grandes amores, y aparecen cada diez años aproximadamente. Yo tuve los tres en el mismo año”.

Yo siento algo parecido con esta década. Es como si todo hubiera sucedido entonces, como si crecer y seguir con la vida, hubiera supuesto una repetición y no un nuevo descubrimiento. Como si al empezar a vivir, hubiera dejado de vivir.  Que al recorrer los lugares (los que quedan en pié) que frecuentaba entonces, es ahora cuando parecen recuerdos, sombras en blanco y negro, y la imagen de entonces fuese la verdadera. Dice mi amigo el tenor Mario Rodrigo, que lamenta enormemente no poder ver una película que le haya gustado, de nuevo por primera vez. Brillante. Y creo que eso es lo que me sucede con toda la vida en general. Quizá debamos acostumbrarnos a perder esa sensación de que las cosas están descubriéndose, y disfrutar de lo que ya conocemos. Y posiblemente por eso no dejo de desconfiar de ese sentimiento por mucho que me inunde de agridulce ternura, y me haga cerrar los ojos y sonreír, recordando aquella chaqueta de la que presumía y que hoy no me atrevería a llevar (tampoco me valdría).

Dudo de la sana intención de todos los grupos que han vuelto a reunirse para desgranar sus éxitos de entonces. Entiendo que tienen que llenar la nevera, y que lo tienen fácil, con todos nosotros,  los que recordamos aquellos días, aquellas canciones en El Penta, en La Vía Láctea,  en El Sol, en La Bobia, en El Kway, en Cayetano, en La Trainera, en Universal o en Rockola. Pero no se puede volver atrás, nada tiene el mismo sonido, ni el mismo color.

Dos años  antes de fallecer Antonio Vega, su grupo Nacha Pop iniciaba una gira, en la que grabaron un CD en directo y un DVD de su concierto en Madrid. Tanto la gira como la grabación del concierto tenían el título de Reiniciando 80-08, en clara alusión a aquel mítico Nacha Pop 80-88 grabado en directo en la sala Jácara, y haciendo patente una declaración de principios. Pero por mucho que quisieran reinventarse, no hacían sino revivir aquel pasado glorioso al que pertenecían, y no dejaba de ser como pintar un cuadro ya expuesto.

Ahora que afronto la vida con algo de experiencia, y que me involucro en nuevos proyectos deseando que me provoquen una sensación parecida o, al menos, tan intensa como aquellas propias de la bisoñez, me gustaría guardar algo de equilibrio entre mi natural cariño a las imágenes del pasado, y la certera sospecha de que sólo mirando hacia delante podré disfrutar de nuevos descubrimientos. Prefiero no cometer el error de Nacha Pop y grabar de nuevo el mismo disco que, a pesar de todo, por supuesto compré.

 

© Enrique R. del Portal, 2013-2022



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