Como no tuve hermanos mis primos ocuparon ese espacio,
especialmente el que siempre me faltó de hermano mayor, que desempeñaron en
distintos momentos de mi vida mis primos José Enrique y Juan. Hijos de la hermana pequeña de mi madre,
Francisca, que en la familia siempre fue Paquita, a día de hoy, la última de
las tres hermanas que queda viva; Nati, mi madre, que fue la primera en
dejarnos y Tere, la segunda.
También tuve una unión especial con mis otros primos, Quique
y Juan (vaya, todo iba de enriques y juanes…), hijos de Tere. De ellos heredé
la pasión por el rock, creo que ya lo he comentado en alguna otra anécdota,
pero la historia que hoy me viene a la memoria tiene como protagonistas a los
primeros.
Era muy habitual que mi madre acompañase a mi padre en los
viajes, bolos y giras; en parte para pasar todo el tiempo posible con él y en
parte para vigilarle, así que a mí me tocaba pasar muchos días e incluso
temporadas en casa de mis tíos, Paquita y su marido Isidro. Solía ser motivo de
fiesta y alegría, y compartía con mis primos los juegos, los estudios, las
trastadas, las regañinas… y alguna que otra pelea que siempre terminaba en una
buena paz bilateral. Los acompañaba a las quedadas con sus amigos, y jugábamos
juntos por las calles de aquel Parque de las Margaritas de Getafe de los
últimos años setenta y primeros ochenta. Uno de los sitios que recuerdo con
especial cariño es la piscina Costa de Vigo, que en cuanto el tiempo lo
permitía, se convertía en una especie de “cuartel general de actos familiares”,
y fue allí donde celebramos varias primeras comuniones y donde pasamos algunos
de los momentos, primaverales y veraniegos, más felices de mi infancia.
Pero hay un local que tiene en mi memoria la categoría de
templo, y es aquel cine de barrio donde vi tantas películas con mis primos,
especialmente de miedo, que tan malos-buenos momentos me hicieron pasar, y que
forjaron la afición que tuve (y conservo) por este género cinematográfico. Allí
vi algunas como Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes (Lucio
Fulci, 1980), El Más Allá (L. Fulci, 1981), Humanoides del Abismo (Barbara
Peeters, 1980), Viernes 13 (Sean S. Cunnigham,
1980), La Niebla (John Carpenter, 1980), ¿Qué sucedió entonces? (Roy Ward Baker, 1967), Vinieron de Dentro de (David
Cronenberg, 1975), Las Garras de Lorelei (Amando de Ossorio, 1974),
La Noche del Terror Ciego (Amando de Ossorio, 1972), No Profanar el
Sueño de los Muertos (Jorge Grau, 1974), Noche de Miedo (Tom Holland, 1985),
Fuerza Vital (Tobe Hooper… 1985) y un buen montón de títulos más. Como veis,
no todas podrían considerarse manjar para cinéfilos o distinguidos críticos de
cine, y es que nuestro gusto era más bien de trazo grueso y nos encantaba el
buen cine malo en el que la sangre artificial salpicase a borbotones.
No nos quedamos tan sólo en la pantalla grande y comenzamos a
coleccionar libros y revistas de temas ocultos, parapsicología, ufología… Se me
hace inolvidable la voz de Antonio José Alés, que escuchábamos atentos y
ensimismados, en su programa de Radio Madrid “Media Noche” donde mezclaba
reportajes sobre estos temas con radionovelas dramatizadas de relatos de
terror, que retransmitían para promocionar la colección Biblioteca Universal de
Misterio y Terror. Como no podía ser de otra forma, esta era la parte que más
me gustaba, y hace bien poco terminé recopilando todos los números de aquella
perdida colección.
Fue un gran disgusto cuando mis primos me contaron que habían
cerrado la piscina Costa de Vigo, que terminó siendo una urbanización de alto
standing y el cine Las Margaritas, que convirtieron en un pequeño centro
comercial. Igual que desaparecieron el Avenida, el Cervera o el Palacio, como,
al fin y al cabo, han desaparecido todos los cines de barrio de las capitales.
En las visitas que les he hecho, o a mi tía Paquita, he pasado en alguna
ocasión por la puerta, y he recordado con inmensa nostalgia aquellas dobles
sesiones de sobresalto y escalofrío, de fantasmas, muertos vivientes y asesinos
enloquecidos, y como José Enrique y Juan suplieron mi falta de hermanos
mayores.
Pero solo he recordado a los primos por parte de madre, y
también los tengo por parte de padre; Carlos, Emilio, David, Paco, Montse y
Nati, hijos los tres primeros de Emilio, el hermano pequeño y los tres
siguientes de Adela, la hermana mediana. Aunque ellos no tuvieron ese papel
relevante de los hijos de las hermanas de mi madre. La vida quiso que muchos
años más tarde, quizá en un irónico guiño, descubriese el secreto detalle de
que sí tenía hermanos, mayores y menores… que mi padre había ido diseminando
como aquellos monstruos marinos o espaciales de aquellas películas adoradas,
que tenían la persistente manía de matar a los hombres y aparearse con sus
mujeres. Después de todo, por mucho que insistió en acompañarle y vigilarle, mi
madre fracasó en el intento. Pero, aunque también de “horror, pavor y terror”,
esa es otra historia.
® Enrique R. del Portal, 2022
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