sábado, 2 de julio de 2022

¡Corre, qué vamos a perder el bus!

 A Antonio Ceballos.


Podíamos haber ido andando al concierto, porque la plaza donde se celebraba no quedaba demasiado lejos de nuestro barrio, y aunque la noche era tibia, de primavera madrileña, la avanzada hora nos hizo preferir coger el autobús 34 para recorrer el trecho desde Oporto, por la calle General Ricardos, hasta el Parque de las Palmeras donde tenía lugar el concierto del grupo “Bus”. Yo conocía este grupo, aunque no los había escuchado nunca, porque mi primo Juan, al que tantas referencias musicales he debido siempre, les ayudaba con la instalación de luz y sonido, y siempre me decía que eran muy buenos. Así que allí nos presentamos en primera fila mi amigo y compañero de correrías de juventud, Antonio Ceballos y yo. Lo normal por aquellos días es que hubiese venido también Michel Feijoo, el tercer mosquetero, el tercer jedi… pero él era menos dado al rocanrol y al guitarreo que tanto nos gustaba a Antonio y a mí, de manera que aquella noche la fiesta era sólo para nosotros dos y “Bus”.

Conocí a Antonio casi por casualidad, unos años antes de la noche del concierto. Todavía éramos niños, y nuestros juegos eran inocentes. Fuera de los compañeros y amigos de colegio, mi pequeño círculo, “la banda”, éramos Pablo, Michel, Toñete y yo, que nos reuníamos en un enorme patio interior, todavía bajo la vigilante atención de nuestras madres. No recuerdo exactamente porqué, pero perdí muy pronto el contacto con Pablo y Toñete, quizá se mudaron sus padres, no estoy seguro. El caso es que un día, a la salida del colegio, había quedado con Michel para jugar con nuestros Madelman o nuestros Clics de Famóbil, a alguna batalla cósmica, seguramente, que era nuestra temática favorita en aquellos días y él había quedado con un compañero suyo del colegió que resultó ser Antonio. Ante el pequeño dilema, me ofreció ir con él y presentarnos ante su amigo para jugar los tres. Y así lo hicimos, llegamos a casa de Antonio que vivía en Camino Viejo de Leganés, muy cerca de mi calle, Castro de Oro. Fue un primer contacto óptimo, nos hicimos amigos al instante y descubrimos juntos, y compartimos, un montón de salidas nocturnas, música, chicas y nuestro amor por las guitarras. Pero eso ocurriría un poco después, ese día tocaba jugar a La Guerra de las Galaxias, con nuestros muñecos y una estupenda estación espacial que Antonio, tan hábil con sus manos, ensambló con unas cajas de embalar.
Pero a lo que íbamos; con el concierto a punto de comenzar estábamos, como os decía, en primera fila, y vimos que los asistentes eran esencialmente muy jóvenes y, sobre todo, heavys, roqueros, con sus chupas de cuero llenas de parches de distintos grupos; Saxon, Rainbow, Def Leppard, Iron Maiden, Judas Priest, Leño, Barón Rojo, Obús… muchas tachuelas y muchas cadenas… Antonio y yo nos quedamos mirando, ninguno de los dos sabíamos qué estilo tocaba el grupo estrella de la noche “Bus”, pero habíamos dado por hecho que harían rock, y del bueno, por las referencias que yo tenía de mi primo. Y en estas, vimos que los músicos salían al escenario y la banda se disponía a tocar. Tenían un aspecto anodino, con lo cual cualquier cosa podía empezar a soñar. El cantante y “frontliner“ de la formación hizo una somera presentación e invitó a la audiencia a bailar, y comenzó el concierto con “Frenesí” el célebre bolero de Alberto Domínguez…

“Quiero que vivas sólo para mi
Y que tú vayas por donde yo voy
Para que mi alma sea no más de ti
Bésame con frenesí”

Resultó, para disgusto de la metalera audiencia carabanchelera, y para nuestro tremendo regocijo, que “Bus” era una orquesta de versiones y no un “auténtico” grupo de rocanrol. Los decepcionados muchachos, en sus embutidos vaqueros se fueron marchando rápidamente, no sin algún improperio a la orquesta, y nosotros nos quedamos, no tanto por gusto a su repertorio, sino por disfrutar de su pericia como instrumentistas, que ya coqueteábamos también nosotros con tocar en grupos y componer nuestras canciones. No faltó la idea de que todos aquellos “jevilongos” habían confundido en el cartel del concierto a “Bus” con “Obús”, lo que aumentó nuestras risas hasta bien entrada la madrugada.

“¡Y yo sé bien!
¡Qué te quema la envidia!
¡Prepárate!
¡Va a estallar el obús!”

A pesar de todos los años que fuimos amigos y de las muchas cosas que compartimos, Antonio y yo nunca tocamos juntos en ningún grupo. Siempre tuvimos la idea y el proyecto en la cabeza, pero nuestras experiencias musicales fueron por separado. Su primer grupo fue “Límite”, con otros amigos del barrio, Elías a la guitarra y Tibu a la batería; y el mío fue “Línea 5”, que formé con Marcos al bajo, Jesús a la batería y Carlos como guitarra principal. Fuimos a muchos conciertos, escuchamos un buen montón de discos juntos. Una de nuestras formas preferidas de pasar una tarde era irnos a ver tiendas de música como Garijo, Leturiaga, Maxi o Bosco, donde mirábamos y admirábamos los instrumentos que soñábamos llegar a comprar, él el bajo y yo la guitarra. También nos unía la pasión por el cine, por los juegos de mesa, por las chicas y por los paseos, que, éstas sí, compartíamos con el tercer caballero, Michel.

No sé en qué momento exacto ni porqué nuestra amistad se deterioró hasta el punto de que las bromas se volvieron discusiones y estas dieron lugar a largas temporadas sin hablarnos y sin vernos. Quise retomar el contacto hace poco tiempo, y fue el fallido intento de resucitar algo ya perdido, que devino en una separación muy desagradable. Nuestros caracteres se habían vuelto demasiado competitivos e incompatibles, y creo que esta vez fue para siempre. Aun así, le recuerdo con cariño, o más bien con amor, a mi niñez y mi juventud, a todo lo que descubrimos juntos, a Mari Mar, a las dos Alicias… A veces le pegunto a Michel, el tercero en discordia, si sabe algo de él, pero también se rompió ese nexo. Me preguntó qué será de él, qué pensará y si recordará nuestra amistad como lo hago yo tan a menudo. Sé por terceros que sigue tan loco como entonces, y que hace de su vida una fiesta extraña y sórdida al borde del abismo. Pero cuando pienso en mis días de Castro de Oro, cierro los ojos y me veo en casa de Antonio, disputando una encarnizada partida de Risk, o corriendo, entre risas y bromas de quinceañeros, porque vamos a perder el bus que nos lleva a un concierto, o nos veo a los tres, bajando por General Ricardos, camino del cine Florida o del Salaberri o del España para ver una doble sesión, un sábado por la tarde.

Ojalá esa memoria permanezca siempre viva y me despierte esta misma sonrisa.

 ® Enrique R. del Portal, 2022


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