A Antonio Ceballos.
Podíamos haber ido andando al concierto, porque la
plaza donde se celebraba no quedaba demasiado lejos de nuestro barrio, y aunque
la noche era tibia, de primavera madrileña, la avanzada hora nos hizo preferir
coger el autobús 34 para recorrer el trecho desde Oporto, por la calle General
Ricardos, hasta el Parque de las Palmeras donde tenía lugar el concierto del
grupo “Bus”. Yo conocía este grupo, aunque no los había escuchado nunca, porque
mi primo Juan, al que tantas referencias musicales he debido siempre, les
ayudaba con la instalación de luz y sonido, y siempre me decía que eran muy
buenos. Así que allí nos presentamos en primera fila mi amigo y compañero de
correrías de juventud, Antonio Ceballos y yo. Lo normal por aquellos días es
que hubiese venido también Michel Feijoo, el tercer mosquetero, el tercer jedi…
pero él era menos dado al rocanrol y al guitarreo que tanto nos gustaba a
Antonio y a mí, de manera que aquella noche la fiesta era sólo para nosotros
dos y “Bus”.
Conocí a Antonio casi por casualidad, unos años
antes de la noche del concierto. Todavía éramos niños, y nuestros juegos eran
inocentes. Fuera de los compañeros y amigos de colegio, mi pequeño círculo, “la
banda”, éramos Pablo, Michel, Toñete y yo, que nos reuníamos en un enorme patio
interior, todavía bajo la vigilante atención de nuestras madres. No recuerdo
exactamente porqué, pero perdí muy pronto el contacto con Pablo y Toñete, quizá
se mudaron sus padres, no estoy seguro. El caso es que un día, a la salida del
colegio, había quedado con Michel para jugar con nuestros Madelman o nuestros
Clics de Famóbil, a alguna batalla cósmica, seguramente, que era nuestra
temática favorita en aquellos días y él había quedado con un compañero suyo del
colegió que resultó ser Antonio. Ante el pequeño dilema, me ofreció ir con él y
presentarnos ante su amigo para jugar los tres. Y así lo hicimos, llegamos a
casa de Antonio que vivía en Camino Viejo de Leganés, muy cerca de mi calle,
Castro de Oro. Fue un primer contacto óptimo, nos hicimos amigos al instante y
descubrimos juntos, y compartimos, un montón de salidas nocturnas, música,
chicas y nuestro amor por las guitarras. Pero eso ocurriría un poco después,
ese día tocaba jugar a La Guerra de las Galaxias, con nuestros muñecos y una
estupenda estación espacial que Antonio, tan hábil con sus manos, ensambló con
unas cajas de embalar.
Pero a lo que íbamos; con el concierto a punto de
comenzar estábamos, como os decía, en primera fila, y vimos que los asistentes
eran esencialmente muy jóvenes y, sobre todo, heavys, roqueros, con sus chupas
de cuero llenas de parches de distintos grupos; Saxon, Rainbow, Def Leppard,
Iron Maiden, Judas Priest, Leño, Barón Rojo, Obús… muchas tachuelas y muchas
cadenas… Antonio y yo nos quedamos mirando, ninguno de los dos sabíamos qué
estilo tocaba el grupo estrella de la noche “Bus”, pero habíamos dado por hecho
que harían rock, y del bueno, por las referencias que yo tenía de mi primo. Y
en estas, vimos que los músicos salían al escenario y la banda se disponía a
tocar. Tenían un aspecto anodino, con lo cual cualquier cosa podía empezar a
soñar. El cantante y “frontliner“ de la formación hizo una somera presentación e
invitó a la audiencia a bailar, y comenzó el concierto con “Frenesí” el célebre
bolero de Alberto Domínguez…
“Quiero que vivas sólo para
mi
Y que tú vayas por donde yo voy
Para que mi alma sea no más de ti
Bésame con frenesí”
Resultó, para disgusto de la metalera audiencia
carabanchelera, y para nuestro tremendo regocijo, que “Bus” era una orquesta de
versiones y no un “auténtico” grupo de rocanrol. Los decepcionados muchachos,
en sus embutidos vaqueros se fueron marchando rápidamente, no sin algún
improperio a la orquesta, y nosotros nos quedamos, no tanto por gusto a su
repertorio, sino por disfrutar de su pericia como instrumentistas, que ya
coqueteábamos también nosotros con tocar en grupos y componer nuestras
canciones. No faltó la idea de que todos aquellos “jevilongos” habían
confundido en el cartel del concierto a “Bus” con “Obús”, lo que aumentó nuestras
risas hasta bien entrada la madrugada.
“¡Y yo sé bien!
¡Qué te quema la envidia!
¡Prepárate!
¡Va a estallar el obús!”
A pesar de todos los años que fuimos amigos y de las
muchas cosas que compartimos, Antonio y yo nunca tocamos juntos en ningún grupo.
Siempre tuvimos la idea y el proyecto en la cabeza, pero nuestras experiencias
musicales fueron por separado. Su primer grupo fue “Límite”, con otros amigos
del barrio, Elías a la guitarra y Tibu a la batería; y el mío fue “Línea 5”,
que formé con Marcos al bajo, Jesús a la batería y Carlos como guitarra
principal. Fuimos a muchos conciertos, escuchamos un buen montón de discos
juntos. Una de nuestras formas preferidas de pasar una tarde era irnos a ver
tiendas de música como Garijo, Leturiaga, Maxi o Bosco, donde mirábamos y
admirábamos los instrumentos que soñábamos llegar a comprar, él el bajo y yo la
guitarra. También nos unía la pasión por el cine, por los juegos de mesa, por
las chicas y por los paseos, que, éstas sí, compartíamos con el tercer caballero,
Michel.
No sé en qué momento exacto ni porqué nuestra
amistad se deterioró hasta el punto de que las bromas se volvieron discusiones
y estas dieron lugar a largas temporadas sin hablarnos y sin vernos. Quise
retomar el contacto hace poco tiempo, y fue el fallido intento de resucitar
algo ya perdido, que devino en una separación muy desagradable. Nuestros
caracteres se habían vuelto demasiado competitivos e incompatibles, y creo que
esta vez fue para siempre. Aun así, le recuerdo con cariño, o más bien con
amor, a mi niñez y mi juventud, a todo lo que descubrimos juntos, a Mari Mar, a
las dos Alicias… A veces le pegunto a Michel, el tercero en discordia, si sabe
algo de él, pero también se rompió ese nexo. Me preguntó qué será de él, qué
pensará y si recordará nuestra amistad como lo hago yo tan a menudo. Sé por
terceros que sigue tan loco como entonces, y que hace de su vida una fiesta extraña
y sórdida al borde del abismo. Pero cuando pienso en mis días de Castro de Oro,
cierro los ojos y me veo en casa de Antonio, disputando una encarnizada partida
de Risk, o corriendo, entre risas y bromas de quinceañeros, porque vamos a
perder el bus que nos lleva a un concierto, o nos veo a los tres, bajando por
General Ricardos, camino del cine Florida o del Salaberri o del España para ver
una doble sesión, un sábado por la tarde.
Ojalá esa memoria permanezca siempre viva y me
despierte esta misma sonrisa.
® Enrique R. del Portal, 2022
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