Llevaba unos días pensando que quería escribir algo para
recordar que se cumplen 40 años de mi inicio como profesional en el escenario.
En aquel ya lejano 1982, me ofrecieron salir como figurante en Gigantes y
Cabezudos llevando a la Virgen del Pilar en andas, en la solemne escena
de la salve, y acepté ¡claro! ¿cómo rechazar esas 500 pesetas diarias? ¡Qué
fortuna! Era la última semana de la temporada veraniega de zarzuela del Centro
Cultural de la Villa de Madrid, ahora también Teatro Fernando Fernán Gómez, que
había protagonizado la Compañía Ases Líricos, que formaron Evelio Esteve,
Fernando Aranda (que además de empresario era tenor cómico) y un
tercer socio. Esas temporadas y esa compañía tuvieron una época dorada en la
década de los ochenta, contando con el favor absoluto del público y marcando un
cénit que no se volvió a superar.
Y en estas ideas andaba cuando me entero del fallecimiento
de Evelio Esteve, por un mensaje de su hija Raquel Esteve. El primer empresario
de Ases Líricos, que además era un espléndido tenor, ¿qué digo además? Era
sobre todo un magnífico tenor. La noticia me ha llenado de pena, y me ha hecho
recordar esos días, en los que, con catorce años, empezaba a vivir el teatro,
que ya nunca abandonaría.
Evelio era un tenor de voz grande y densa, con un
inconfundible fraseo y facilidad para un agudo amplio y generoso. El motivo de
que yo anduviera por el teatro es que Evelio y sus socios contaban con mi
padre, Enrique del Portal, como tenor también de su compañía. ¡Cuánta envidia
tenía de Evelio y su voz… Sin embargo, él ofrecía un saber estar en el
escenario y un poso actoral en los personajes de los que Evelio carecía,
posiblemente se complementaban y hacían así muy atractivo el repertorio. Si
Evelio destacaba vocalmente en Marina o Luisa Fernanda,
mi padre hacía una creación de Bohemios, La del Manojo de
Rosas o La Verbena de la Paloma.
Y allí andaba yo, antes de que me ofrecieran el destacado,
para mí, puesto de figurante, entre cajas y en los pasillos del teatro, jugando
con los hijos de otros artistas; Mari Cruz Álvarez, Roxanna Esteve (hija de
Evelio, que un par de años después sería una estupenda tiple cómica), Hugo
Fernández (que llegó a ser regidor del Teatro Real) o Rafa Castejón (hijo de
Rafael Castejón y también espléndido actor).
Creo que aquel verano de 1982, se mezclaron el niño, el
adolescente y el adulto que prometía ser. Recuerdo los juegos, los paseos, los
amoríos… Recuerdo las tardes con mis
amigos Michel y Antonio, que también venían a acompañarme al teatro, para
tortura de mi padre… o los paseos que dábamos, descubriendo un Madrid que
rompía como un mar en el rompeolas. Recuerdo las tardes con Michel, ojeando
libros y cómics en Espasa Calpe, jugando a ser intelectuales de pro; Las meriendas
en el McDonald´s de Red de San Luis, con Michel y Mari Cruz, o el paseo con
ella, que me llevó a descubrir El Campo del Moro, regio escenario donde por
primera vez una muchacha me cogió la mano y me besó. “estaba empezando a queré”
como dice Rafael de León en su Profecía.
Y todas esas tardes, todos esos juegos, y todos los caminos
de aquel verano, confluían en ese Centro Cultural de la Villa de Madrid, donde
continuábamos nuestras trastadas, recibiendo muchas veces ejemplares regañinas;
cómo olvidar a Fernando Aranda sorprendiéndonos con el atrezzo de Los
Gavilanes, como si fuera nuestro equipamiento para una batalla que iba
a tener lugar en el foso del teatro…
No sé si estaba destinado a dedicarme al teatro como mi
padre, pero es innegable que lo hice porque aquella vez me vistieron de maño y
salí con más miedo que vergüenza a sujetar la imagen de la Virgen. Y que el
verano siguiente me ofrecieron ser corista. ¡Corista! ¡Ya iba estando más cerca
de las marquesinas de neón…! -seguro que llegué a pensar-. Y quien me lo
ofreció fue Evelio Esteve, y por eso, siento este eco de pena,
como si me hubieran quitado uno de aquellos recuerdos, situados entre la niñez,
la adolescencia, y el adulto que no sé si he llegado a ser.
® Enrique R. del Portal, 2022
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